Aprender un idioma siempre es algo bueno, porque nos permite comunicarnos con una nueva y amplia cantidad de practicantes del idioma y con las que previamente no hubiéramos podido conversar sin un intermediario. Además, nos quita vulnerabilidad y nos da la fuerza de exponer nuestras ideas y forma de ver el mundo, así como la posibilidad de conocer de manera directa cómo otros seres humanos (con culturas, filosofías de vida y raíces diferentes) perciben las cosas.
Por ello, nos hace personas con una mente más abierta, convirtiéndonos en “ciudadanos del mundo” ya que nos da una visión más completa de la humanidad.
Esto se “traduce”, en muchos casos, en la expansión de oportunidades, pues incrementa las posibilidades de ascensos laborales y nos hace exploradores globales; esto porque al conocer más sobre las nuevas regiones y sus culturas, crecen nuestras ganas de viajar y disminuyen los miedos sobre las denominadas “barreras idiomáticas”.
Además, neurológicamente hablando, científicos han demostrado que se ganan muchos beneficios con el aprendizaje de idiomas: mayor agilidad mental, mejoría en la ejecución de multitareas, aumento en la capacidad de resolución de problemas y se engrosan las conexiones sinápticas en el área del cerebro encargado de la toma de decisiones racionales.
También se debe tomar en cuenta que el idioma de la mayoría de las publicaciones científicas y especializadas es el inglés; por tanto, al aprenderlo se gana acceso a mayor cantidad de información de última generación, lo que también redunda en hacernos aún más atractivos en el mercado laboral.
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